Hubo una época en la que preparaba conferencias sin parar.
Una tras otra.
Casi dos por semana.
Siempre sobre lo mismo: motivación.
Al principio pensaba que estaba repitiendo el mismo mensaje.
Que era yo diciendo lo mismo en diferentes lugares.
Pero con el tiempo, descubrí algo que me cambió por completo la perspectiva:
Aunque el tema fuera el mismo, la charla nunca lo era.
Cada público me devolvía algo distinto.
Cada espacio tenía su propia energía.
Y yo… tampoco era el mismo.
A veces, una inspiración en el coche de camino a la conferencia me hacía cambiar el enfoque.
O una emoción reciente se colaba sin permiso en una anécdota.
O el silencio del público me obligaba a hacer una pausa más larga de lo previsto… y eso lo transformaba todo.
Y entonces lo entendí:
dar una charla es como cruzar un río.
Nunca lo haces dos veces igual.
Hoy, cuando subo al escenario, ya no pienso en “repetir una charla”.
Pienso en vivir una nueva versión.
Una que solo puede nacer en ese lugar, con esas personas, en ese momento.
Y en el futuro…
quiero seguir construyendo conferencias únicas,
no porque cambie el contenido,
sino porque cambia la conexión.
Porque cuando realmente te entregas,
cada conferencia es irrepetible.
Para este post hemos utilizado la estructura número 10.
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